miércoles, 21 de marzo de 2012

agridulce.

Buceando entre lo que tengo y lo que quiero hacer, topándome con las necesidades y con las absurdeces que me rodean (y que en parte me constituyen), reconociendo apenas con un rápido vistazo figuras que en su día fueron familiares, dejándome embriagar por la desconfianza y el escepticismo, luchando -no tan fieramente como quisiera- contra la ignorancia y buscando, como si de un personaje de cine parisino se tratara, la sonrisa incontrolable que otorgan las pequeñas cosas... no alcanzo a entender lo que soy.
La impotencia se sienta a mi lado como cada día, y me da golpecitos en la espalda,
un día más en el mundo, ¿eh? ya te estás acostumbrando, bien hecho. A veces mi voluntad es secuestrada por la influencia ajena y no me la devuelven hasta que me cojo un buen mareo a causa de no saber qué pensar, la falta de autonomía te deja sin aliento de puro horror. A veces necesito decir barbaridades, necesito descontaminarme, porque tristemente me he acostumbrado a vivir intoxicada.
¿Quién me vendió lo de poder elegir mi lugar en el mundo? ¿Por qué no me advirtieron de las ataduras invisibles, las que nos creamos inconscientemente ? ¿Por qué nadie me habló de la angustia injustificada, del miedo irracional, de las percepciones infinitas, de lo que cansa intentar desenredar una descomunal maraña mental?
Observo todo con cierta postura a la defensiva, de la que me libro en cuanto puedo. En cuanto puedo pensar con claridad, cuando las cosas son sencillas, cuando el pulso me va despacio y el tiempo decide ralentizarse para acompasarse con él. Pero nunca se sabe cuando se volverá a acelerar hasta querer reventarme el pecho.
Llega un punto en que todo es relativo y circunstancial, los planes se van a pique y no puedo aceptar el naufragio, no debo aceptarlo. No quiero teñir de oscuro mi visión del mundo, no quiero amargor en mi manera de hacer, no quiero envidias, no quiero olvidarme de disfrutar.
No quiero olvidarme de mí.

Me hace gracia que a veces, unos cuantos versos o un simple proverbio me puedan hacer creer que todo es alcanzable, que yo puedo. Textos efímeros que, sacados de contexto, de la nada, aportan dosis de fuerza moral. Me aferro a ellos como el koala al eucalipo, me los repito (no vaya a ser que se me olviden) y luego me doy cuenta de que toda esta maniobra de autoayuda nació en mi cocorota, y que parece que hay un yo pululando dentro de ella que realmente quiere salvarme de la autodestrucción.

¡Si encontrara la manera de hacerte comprender que la importancia de un problema es la que tú le quieras ver...!

Y me río un poco, y por unos segundos filosofeo un poco torpemente sobre lo subjetivo que es todo. Entre chorradas a tutiplén y muchos, muchos sueños.