martes, 31 de agosto de 2010

(.) y aparte

Siempre pensaste que crecer era sinónimo de progresar.
Qué pequeña te veías, sabiendo que quedaba tanto por llegar, saboreabas la vida y un año te parecía una eternidad.
Pero te gustaba.

Expresiones como
el tiempo vuela y aprovecha mientras puedas te sonaban a chino mandarín, tenías la sensación de que nunca dejarías de ir al instituto. Con lo interminable que se te hacía, cuánto quedaba por llegar al final, por llegar al último curso y pirarte de alli, seguir un camino distinto al de tus amigos, una nueva etapa en la que para entonces ya estarías preparada. Pero aún era pronto para rallarse con esas cosas, para ser tan responsable.
Ya me llegará
, decías. Y jugabas a calmar tus desvaríos de madurez, con la reconfortante seguridad de saber que tu turno para plantar cara a la vida quedaba bien lejos.

Pero el tiempo voló, y lo que llamabas vida normal se convirtió de repente en un conjunto de recuerdos muy felices, y el presente vino de frente hacia ti, y te pilló desprevenida, porque aun habiendo tenido tantas horas de supuesta preparación para el cambio, en realidad estabas completamente desarmada. Por el camino pillaste unas cuantas inseguridades y te las cargaste a la espalda y... desde ese momento la vida ha seguido, pero tú no.

Tú te has quedado atrás y no sabes dónde. Y cada mañana te dices que será un buen día, pero no hay noche en que te acuestes sin darle vueltas a la cabeza, preguntándote ¿dónde estoy?, y eso, por lo que tienes entendido, no es normal.
Y a veces sientes que te estás acostumbrando a vivir de una forma que no es tu forma, que algo dentro de ti se ha evaporado. Quieres recuperar algo que no sabes qué es, pero que era tuyo. ¿Autenticidad? Ni siquiera sabes si puedes describirlo, pero quizás esa es la palabra que más se aproxima.
Quieres ser la tú de siempre.

La de siempre, la que te hace estar orgullosa de cada cosa que haces, la que consigue que hagas cosas que te enorgullezcan.

¿Y si la de siempre se quedó en los recuerdos felices? ¿Y si vio venir el cambio y se acojonó, se aferró a todo lo que había vivido hasta entonces y no quiso soltarlo...
y te dejó caminar sola hasta donde has llegado ahora?

¿Y si eso es lo que tenía que pasar y tú no has sabido verlo? ¿Y si las inseguridades sólo son una mierda de delirios de una chica de 16 en la mente de una de 19?
Llevas todo este tiempo pensando que todo debería funcionar como lo hacía antes para que tú fueras feliz, pero el tiempo pasa y todo cambia a tu alrededor... todo menos tú. Estás parada en mitad de la corriente y el agua por la que antes fluías te golpea, te está haciendo daño. Y observas todo lo que se mueve a tu alrededor, cómo cambia y progresa, entre maravillada y descolocada. Qué bien lo hacen. A lo mejor, si te dejas llevar, no sabrás esquivar las rocas, de hecho estás casi casi convencida, y el miedo te paraliza.

Y así llevas, cerca de dos años y pico (¿puede ser?) en ese estado de standby que a veces es un refugio y a veces una pesadilla.

Es como una mala racha constante con buenos ratos, un zumbido de fondo sobre el que a veces se escuchan melodías preciosas, pero que nunca se va.

Pero tal y como escuchaste hace poco, malas rachas nunca son en balde, y sientes que se acabó.

Que tú la tienes que acabar, porque te da la real gana.
Y porque, aunque nunca tuviste mucha fuerza de voluntad, sientes que algo dentro de ti te lo está pidiendo a gritos: ¡¡acción, por favor, ACCIÓN!!


lunes, 16 de agosto de 2010

Hombres

Hay piedras que tropiezan hasta tres veces con el mismo hombre.
El mismo que, después, corre a juntarse con otros hombres para armar jaleo en el estómago de alguna mariposa que acto seguido se da cuenta de que, vaya... se ha enamorado.
Estos hombres son los mejores amigos del perro, y si les cogen cariño son capaces de seguirles fielmente a todas partes, darles la patita y esperar humildemente una caricia, a veces hasta un premio por haber sido tan obedientes.
En algunos pueblos, esperan pacientemente a que despunte el alba y entonces se ponen a cantar: es entonces cuando el gallo se despierta y empieza su rutina.
Hay noches que aúllan en la espesura de los bosques, asustando a algunos lobos (si estos se encuentran reunidos alrededor de alguna hoguera, contando historias espeluznantes, el susto es aún mayor).
En las noches de verano los grillos pueden escucharles canturrear entre los matorrales hasta que sale el sol (no siempre son los mismos, a menudo se turnan con otros hombres para colarse por las ventanas y picar a los mosquitos de sangre dulce cuando están dormidos)
Hay hombres adictivos y drogas que necesitan desintoxicarse de ellos.
Hay hombres que recomiendan ser consumidos con moderación.
Hay hombres que son plantados en macetas, introducidos en jarrones y cultivados en jardines. Las flores gustan de olerlos y regarlos de vez en cuando.
Hay hombres que algunos instrumentos consiguen tocar, y si sáben dónde y cómo hacerlo, crean música.

...

Hay insomnios que son visitados en plena noche por el hombre, y no consiguen dormir. Y se ponen a escribir, y a escribir, y a escribir...
(hasta que el hombre les deja en paz y se va a visitar al sentido común, que después de pensar un rato le dice que ya está bien de tanto hacer el tonto, vamos a cambiarnos las tornas que esto es muy raro y yo ya me he cansado de este juego...anda y vete a la cama, que mañana otro hombre, digooo gallo, cantará)

lunes, 9 de agosto de 2010

- Es que tengo muchos pájaros en la cabeza.


- Pero eso es algo bueno.
- No te creas.
- Que sí. Hay que estar un poco loco para hacer cosas grandes, cosas geniales. Y esos pájaros ayudan, créeme.
- Pues hay casos defectuosos.
- ¿Como cuál?
- Como el mío.
- Venga ya.
- En serio.
- ¿Qué les pasa a tus pájaros, a ver?
- Que la mayoría están enjaulados. Y no porque yo quiera, ¿eh? Si no soporto ver animales entre rejas en el mundo real, imagínate en el metafórico.
- La mayoría... ¿y el resto?
- No pueden volar. O no quieren.
- ¿O no quieren?
- Sí, no encuentran motivos para hacerlo, no ven que merezca la pena.
- Pero vamos a ver... ¿has probado a hablarlos?
- Para qué, no hace falta que me digan nada.
- Pues para convencerlos. Si tan bien les conoces, te los camelarías en un momento, además siendo como tú eres.
- Qué va. Les conozco tan bien como ellos a mí. Con ellos no valen las sonrisitas ni los buenos modos, me calarían a la primera.
- No sé, tía. ¿Quieres mi opinión?
- Claro, siempre. Dime.
- Yo creo que si no quieren salir es porque algo muy bonito debes tener ahí dentro. ¿Les oyes quejarse?
- No, qué va... ya se han resignado a vivir así.
- O... están tan agusto que... ¿para qué volar?
- Pero tío, no se puede comparar una cosa con la otra. El "estar agusto" con la libertad que se experimenta al volar, digo.
- Bueno, a lo mejor les hace más felices la libertad que tú les das. A lo mejor les gusta tanto, que no se les ocurre ver qué hay fuera.
A lo mejor están de puta madre en tu bonita, agradable y libre jaula... y no necesitan nada más.

domingo, 1 de agosto de 2010

Acuérdate de disfrutar


Siempre me ha pasado que al acabar de vivir un momento que llevaba mucho tiempo esperando, siento que no lo he aprovechado tanto como se merecía, que no he sido consciente de su importancia... y que en parte he dejado que se fuera, lo he dejado pasar, como la mayoría de las cosas que vivimos porque sí, porque van incluidos de serie en el pack de la vida.

Y bueno, siempre me ha dado bastante rabia.


No sé en qué momento empecé a valorar mi forma de disfrutar la vida y me di cuenta de que cada cual vive las cosas de una forma totalmente distinta y personal.


La forma estándar: reírse, saltar, que se te vea en la cara que lo estás gozando.

Eh, quizás
él disfrute de esta manera, pero fíjate en ese otro, que ni se inmuta, quién sabe si por dentro no estarán estallándole fuegos artificiales. Seguramente esta noche duerma tranquilo y con una gran sonrisa en la cara y nadie se entere nunca.
Y ése, estoy segura de que transmite más paz y más confianza que aquellos que se empecinan en ser felices, y ríen, saltan y ponen la mejor y más artificial de sus sonrisas...
...y por la noche dan vueltas de un lado a otro en la cama, preguntándose qué más tengo que hacer para que sea suficiente, para no sentir esta presión de tener que ser feliz, como todo el mundo.


Porque el
sé tú mismo es fácil y bonito en la teoría, pero implica mil luchas en la práctica.

Ahora, cada vez que se avecina algo grande, me digo a mi misma... ¡eh, que no se te escape!
que no se camufle entre los demás momentos y se te vaya, fluyendo como si tal cosa, porque sí.
La nostalgia de después es inevitable, pero sí te queda el consuelo de saber que estuviste preparado cuando llegó y lo retuviste con todas tus fuerzas mientras pudo quedarse.


Y sobre todo, que importa un comino lo que llegaste a exteriorizar de cara a los demás.


Porque en el fondo, la sensación que importa es ésa que llega cuando estamos solos (quizá de noche y en la cama, mirando cómo se proyectan los agujeritos de la persiana en la pared) y no nos queda otra que dialogar con nosotros mismos, como un
¿estás bien? a un amigo cuando no le ves buena cara, pero sin cabida a un nada como respuesta. La sinceridad pura y dura (e inevitable) que se demuestra al hablar cara a cara con uno mismo.






Hoy, quiero darle a la tecla de rebobinar, y volver a escuchar las olas. Y después sumergirme, y nadar hasta las rocas, gritando nerviosa que no hago pie, qué miedo joder!
Quedarme en las rocas y cogerle cariño a las algas, pincharme los pies, quemarme (sí, volvería a quemarme). Disfrutar de una cerveza no-tan-fría como quisiera, y echarme la siesta sobre las piedras. Y volver a hacer gilipolleces en un andén, gritar ¡mira Kimberly, Kimberly!, con esa risa incontrolable achacada a haber estado demasiado tiempo al sol. Quemaduras mentales de primer grado.
Madre mía.
Cuánto echo todo eso de menos.