miércoles, 30 de junio de 2010

Reflexiones de una insomne a 4 horas de un autobús con destino a un aeropuerto

Me gustaría no esperarme nada de los demás, al menos no algo grandioso.
Todo el mundo sabe que es más fácil sorprender si nadie se espera una sorpresa, tanto buena como mala, de ti.
Partiendo de que todos hagamos lo queremos hacer, omitiendo ese sentimiento ya familiar de tener que hacer algo (
porque eso se espera de nosotros), llego a la conclusión de que todos seríamos naturalmente más felices, felices sin saber bien que lo somos.
No se trata de no creer que el resto te puede sorprender, simplemente saber que son capaces y que puede que lo hagan o no. Sin comparaciones.

En el momento en el que sorprendemos (sobre todo gratamente) a alguien, nos colocamos para esa persona en un nivel que la próxima vez tendremos que superar.
No porque literalmente nos obliguen a ello, si no porque nosotros mismos, si queremos de verdad agradar (sorprendiendo) a ese alguien, tendremos por narices que hacerlo de una forma diferente e incluso mejor que la que esa persona ya conoce: la vez anterior.
Si lo hacemos única y exclusivamente por voluntad propia, bien. Pero en el momento en que sentimos ese "deber" que ya está más alejado del "querer hacer".... nuestra sorpresa pierde su gracia, nosotros nuestras ganas, la imaginación se estanca.

Y todo vuelve a ese punto de retorno la siguiente vez.

No forcemos a la imaginación.
Ella es caprichosa, imprevisible como el movimiento de la cola de un gato, no entiende de rutinas y no responde bien a las ataduras.
Debemos mimarla, con pequeños placeres para los sentidos, con dosis de soledad (necesarias, aunque haya quienes piensen lo contrario).
No debemos subestimarla, o se encogerá, avergonzada, hasta desaparecer.
Tampoco promocionarla, o de puro miedo saldrá corriendo y ya no querrá volver.

Debemos guardarla, como un bien preciado, como un
misterio que de vez en cuando se ve resuelto con una pincelada... o un arpegio,
o una palabra
o un movimiento.





Roma Termini
15/06/10
00:30 am.

viernes, 4 de junio de 2010

De rizo en rizo


Volvamos a empezar, démosle la vuelta a esta tortilla, olvidemos si alguna vez el aire pesó tanto como para tener que contener la respiración, o mejor, recordémoslo por última vez y riámonos.
Pasemos un breve rato a solas, y que los ojos hablen entre ellos y se cuenten esas cosas que consideramos demasiado banales y absurdas como para atrevernos a pronunciarlas.
Aprovechemos para romper con lo típico, con lo que todos dirían o harían en nuestro pellejo, seamos raros.
Metamos al miedo y al rencor en el mismo saco y lancémoslo contra esa pared que cada vez se antoja más y más alta y que no deja que nos acerquemos.

Y al final, déjame desearte suerte de la forma más sincera que conozco.

Y quedémonos con buen sabor de boca.

Si tiene que haber un final, creemos el mejor.



(Buenas intenciones, que yo sepa, nos sobran.)